martes, 7 de febrero de 2012

Robert Falcon Scott



(Davenport, Reino Unido, 1868 - Antártida, 1912) Explorador británico famoso por sus viajes a la Antártida y especialmente por el pulso que sostuvo con el noruego Roald Amundsen en el intento de alcanzar por primera vez el Polo Sur. A principios del siglo XX, tal objetivo se convirtió en una empresa competitiva, en la que coincidieron los intereses científicos y económicos de las naciones europeas y las ambiciones personales de algunos exploradores. Roald Amundsen y Robert Falcon Scott fueron los protagonistas paradigmáticos de esta pugna de aventura y prestigio.
La Antártida es un vasto territorio desértico e inhóspito, de planicies, montañas, volcanes y abismales grietas bajo un manto helado, en cuyos mares periféricos flotan colosales témpanos de hielo como islas; un territorio donde los vientos pueden soplar a más de 200 km/h y las temperaturas descender a casi 90 ºC bajo cero. La conquista de este continente aparecía en las primeras décadas del siglo XX como un ineludible desafío para el hombre occidental. Las expediciones al Polo Sur, bajo condiciones topográficas difíciles, precisan de una preparación minuciosa, y a menudo requieren estancias de varios inviernos. Dominar este soberbio medio físico y lograr el éxito personal fueron los acicates de una dramática carrera en la que, aun a costa de la vida, sólo valía vencer.

A pesar de su débil constitución física y de su salud quebradiza, Robert Falcon Scott logró ingresar a los trece años en la Armada Real británica. Cinco años más tarde, en 1886, entró a formar parte de la escuadra de las Indias Occidentales, que se encontraba al mando del famoso explorador ártico Albert Hasting Markham. Por su buen hacer y dedicación a la marina, Scott fue promovido, en 1891, al puesto de lugarteniente a bordo de la nave Majestic, capitaneada por George Egerton, otra leyenda viva de la marina británica. Scott se especializó en expediciones marítimas de interés científico.
Ya en el último decenio del siglo XIX se habían desarrollado algunas exploraciones antárticas con el objetivo de alcanzar el Polo Sur. El noruego Leonard Kristensen (1895), su compatriota Carsten Borchgrevink (que llegó a alcanzar la latitud 78º 50´ en 1899) y el belga Adrien de Gerlache (1898) habían comenzado a allanar el camino. Los británicos participaban de ese interés por el continente blanco. En 1899, sir Clements Markham, presidente de la Real Sociedad Geográfica de Londres, organizó una importante expedición a la Antártida y eligió a Scott para dirigirla. Markham siguió en ello el consejo de George Egerton, quien consideraba que Scott reunía las cualidades necesarias para una empresa de semejante envergadura: era un buen científico y un excelente oficial. La expedición fue costeada en su mayor parte por el rico industrial Lewellyn Longstaff.
El primer viaje
El barco de la expedición sería el Discovery, que zarpó de Inglaterra en 1901. En cuanto llegaron a las costas antárticas, Scott exploró la gran barrera de hielo de Ross Shelf y estableció en el estrecho de McMurdo una base terrestre en la que la expedición pasó un invierno rigurosísimo. Al inicio de la primavera, Scott y sus hombres continuaron explorando según el plan previsto. Con la ayuda de trineos, descubrieron la que bautizarían como Península de Eduardo VII y penetraron en el corazón del continente antártico hasta latitudes jamás alcanzadas: el 31 de diciembre de 1902, la expedición llegó a la latitud 82º 17´, es decir, 300 millas más al sur que Borchgrevink. La falta de víveres y la aparición del escorbuto entre algunos miembros de la expedición impidieron avanzar más allá. La expedición se dio por concluida y sus miembros regresaron a Inglaterra en 1904.
En Inglaterra, Scott fue ascendido al grado de capitán de marina y condecorado con la medalla de oro concedida por la Real Sociedad Geográfica de Londres. Por aquel entonces conoció a su futura esposa, Kathleen Bruce, y escribió El viaje del Discovery, obra en la que narraba con realismo las peripecias de la expedición a la Antártida. Dedicado a su gran amigo y padre de la expedición, sir Clements Markham, el libro fue un gran éxito de ventas.
La segunda expedición
A comienzos de 1905, Scott inició una campaña por todo el país con el objeto de recabar fondos para una segunda aventura expedicionaria al Polo Sur. Pero, pese al éxito científico de su primera misión y a ser considerado un héroe, no encontró apoyos suficientes para retornar al continente helado enseguida. Finalmente, Scott se hizo con los servicios del buque Terranova y experimentó con los primeros vehículos motorizados para la nieve. Desechó la idea de utilizar perros para tirar de los trineos, prefiriendo el empleo de potros siberianos, a los que erróneamente creía mejor preparados para la nieve y las bajas temperaturas. En caso de muerte, pensaba, los animales servirían para alimentar a la expedición. Esta equivocada apreciación iba a ser una de las causas del trágico final de la aventura.
El 10 de junio de 1910, el Terranova zarpó de Inglaterra con dirección a Australia con todos los pertrechos de la expedición y un equipo de más de treinta personas. Entre ellas se encontraban Lawrence Oates, oficial de caballería, los lugartenientes Edward Evans y Henry R. Bowers y el doctor Edward Wilson, gran amigo de Scott. El 10 de octubre, el Terranova llegó a Melbourne, desde donde se dirigió sin más dilación a la Antártida.
Durante su corta estancia en tierras australianas, Scott recibió un aviso de su más serio competidor, el noruego Amundsen, que, desde la bahía de Whales, le aconsejaba abandonar. Amundsen se disponía a realizar la misma gesta y no quería competidores. Scott, lejos de desistir, resolvió seguir adelante e intentar con todos los medios coronar con éxito la expedición; se inició así una angustiosa carrera entre ambos exploradores.

Amundsen partía con ventaja respecto a la expedición de Scott. La dilatada experiencia en exploraciones por tierras frías (había comenzado a los quince años) había hecho de Amundsen un experto conocedor del entorno; sabía mucho mejor qué tipo de material era adecuado (anoraks de piel, perros, piquetas, palas quitanieves). Frente a ello, el equipamiento de la expedición británica, tirada por potros y vestida con uniformes de la marina británica, no era precisamente el más idóneo.
El 10 de diciembre de 1910, el Terranova llegó al estrecho de McMurdo; surcó el mar de Ross hasta atravesar, en diciembre del mismo año, el círculo polar antártico. A partir de ese momento, Scott y sus compañeros emprendieron un inhumano viaje de 2.464 kilómetros desde su posición hasta el Polo Sur. Los trineos mecánicos quedaron pronto inmovilizados en el hielo, ya que sus motores no soportaban las bajas temperaturas de la Antártida. El 17 de febrero de 1911, la expedición topó con nuevas dificultades en el ascenso del glaciar Beardmore; perdieron ocho potros y cinco perros de los treinta y tres que llevaban (Amundsen utilizó para la misma gesta más de cien perros). Los expedicionarios se vieron obligados a acarrear ellos mismos una gran parte de los pertrechos, demorando aun más una travesía ya de por sí durísima.
El 4 de enero de 1912, Scott y sus cuatro compañeros iniciaron la marcha final; en el camino perdieron a todos los animales de tiro que quedaban. El 12 de enero, tras incontables sufrimientos de todo tipo por el ritmo frenético que se impusieron, la expedición llegó al Polo Sur. Con terrible desilusión, vieron la tienda y la bandera noruega dejada por Amundsen cinco semanas antes. Scott escribió en su diario: "¡Dios mío, éste es un lugar espantoso! Y espantoso sobre todo para nosotros, que nos hemos esforzado tanto sin vernos premiados por la prioridad..."

Amundsen partía con ventaja respecto a la expedición de Scott. La dilatada experiencia en exploraciones por tierras frías (había comenzado a los quince años) había hecho de Amundsen un experto conocedor del entorno; sabía mucho mejor qué tipo de material era adecuado (anoraks de piel, perros, piquetas, palas quitanieves). Frente a ello, el equipamiento de la expedición británica, tirada por potros y vestida con uniformes de la marina británica, no era precisamente el más idóneo.
El 10 de diciembre de 1910, el Terranova llegó al estrecho de McMurdo; surcó el mar de Ross hasta atravesar, en diciembre del mismo año, el círculo polar antártico. A partir de ese momento, Scott y sus compañeros emprendieron un inhumano viaje de 2.464 kilómetros desde su posición hasta el Polo Sur. Los trineos mecánicos quedaron pronto inmovilizados en el hielo, ya que sus motores no soportaban las bajas temperaturas de la Antártida. El 17 de febrero de 1911, la expedición topó con nuevas dificultades en el ascenso del glaciar Beardmore; perdieron ocho potros y cinco perros de los treinta y tres que llevaban (Amundsen utilizó para la misma gesta más de cien perros). Los expedicionarios se vieron obligados a acarrear ellos mismos una gran parte de los pertrechos, demorando aun más una travesía ya de por sí durísima.
El 4 de enero de 1912, Scott y sus cuatro compañeros iniciaron la marcha final; en el camino perdieron a todos los animales de tiro que quedaban. El 12 de enero, tras incontables sufrimientos de todo tipo por el ritmo frenético que se impusieron, la expedición llegó al Polo Sur. Con terrible desilusión, vieron la tienda y la bandera noruega dejada por Amundsen cinco semanas antes. Scott escribió en su diario: "¡Dios mío, éste es un lugar espantoso! Y espantoso sobre todo para nosotros, que nos hemos esforzado tanto sin vernos premiados por la prioridad..."

Pero aún no había pasado lo peor. Cansados y casi sin víveres, la expedición emprendió el camino de vuelta. El primero en morir fue el lugarteniente Evans, cuyo debilitamiento le impidió seguir a sus compañeros. Después le siguió el capitán Oates, quien, agotado y enfermo, tomó una dramática decisión que quedó escrita en el diario de Scott: "Por aquí murió el capitán Oates, de los Dragones de Inniskilling. En marzo de 1912 caminó voluntariamente hacia la muerte, bajo una tormenta, para tratar de salvar a sus camaradas, abrumados por las penalidades".
Aun en esas penosas condiciones, los tres supervivientes (el lugarteniente Bowers, el doctor Edward Wilson y Scott) caminaron durante más de un mes hasta que una prolongada ventisca les impidió llegar a un depósito de víveres que habían dejado. El cansancio y la inanición les impidió continuar el viaje y debieron permanecer en el interior de las tiendas agonizando lentamente. Se hallaban a sólo 18 kilómetros del campamento base, instalado en el cabo Evans. Robert Falcon Scott fue el último en morir. Tenía cuarenta y cuatro años y había perdido una carrera decisiva. Escribió las últimas líneas en su diario el 29 de marzo de 1912: "Parece una pena, pero no creo que pueda seguir escribiendo. Por Dios santísimo, cuiden de nuestra gente".
El cuerpo de Scott, junto con los de Wilson y Bowers, fueron hallados por una expedición que salió en su busca desde cabo Evans ocho meses después. Todos habían muerto en el interior de la tienda donde descansaban. En la tienda se hallaron también notas científicas, documentación personal y muestras que habían recogido; y, junto a Scott, su diario, que permanecía intacto. Todos esos documentos formarían parte de la obra La última expedición de Scott, publicada en 1913.

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